El pódium, lo que siempre había querido y, ahora lo
veo alejarse cada vez más rápido, alejarse ad
infinitum... ¿Por qué no le hice caso a mi médico cuando me dio aquel ultimátum?.
Todo empezó el día en que nací.
Sabía que era fruto de un coitus
interruptus y mi padre, con su vis
comica tan sui generis, se
encargaba de recordármelo siempre. El quid de la cuestión está, aunque mi padre
fuese un cabrón, en que mi madre, que era una rara avis, era cariñosa, pero me
obligaba cada día a poner un plus
tanto en la escuela como en todo lo que hacía. Fue ella la que me incitó a
apuntarme a un deporte, ya que en un simpósium
sobre salud al que había ido le habían dicho que era bueno para los niños,
aunque no hacía falta que se lo dijeran, era enfermera. De hecho, recuerdo que
una vez, en vez de leerme mi cuento por la noche, me empezó a leer su vademecum de medicamentos.
Gracias a mi madre pude hacer
atletismo. Con el tiempo las pistas se volvieron mi sancta sanctorum, pasaba
más tiempo en ellas que en mi casa, pero bueno, más que pistas per se, era un solar vacío que nos
dejaban para entrenar.
Recuerdo la primera vez que
gané una competición, aunque fue porque el árbitro barría pro domo sua, me sentí feliz y vacío al mismo tiempo. Estaba
orgulloso de mi pero mi madre tenía guardia y mi padre quería ver un partido de
fútbol. Pero, pese a esas bromas de mi padre, que no interpretaba lato sensu,
quería que viniese, y luego murió. Estaba dentro del solarium cuando se incendió y, aunque queríamos enterrarlo en su
pueblo natal, tuvimos que enterrarlo aquí velis nolis.
Aquella fecha (ut supra) también fue el día de mi décimo
séptimo cumpleaños y, desde aquella ocasión, mi cabeza se volvió un totum revolutum y supongo que por eso
hice lo que hice.
Cuando cumplí 21 el médico que
dijo que si no de jaba de una vez por todas los esteroides que tomaba, eso me
pasaría factura. Puedo decir que los aletas se ponen tres inyecciones per
cápita y por eso no le hice caso.
Ahora comunican urbi et orbi mi defunción por un infarto
durante la carrera. Me creí un dios y no era nada.
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